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13-09-2011 |
Marchamos el 11 sin los compañeros desterrados
Lucía Sepulveda
Este 11 de septiembre de 2011 marchamos como cada año hacia el Cementerio General de Santiago, esta vez apoyando especialmente la campaña contra el destierro de ex luchadores de la resistencia antidictatorial, impedidos de retornar a Chile por sentencias judiciales que fueron parte de la mal llamada transición a la democracia. Un lienzo gigante daba cuenta de esa demanda por el derecho a “vivir, luchar y morir en nuestro país”, cuando se cumplen ya 19 años de su extrañamiento.
Además de las organizaciones de derechos humanos y de colectivos feministas, anarquistas, migrantes, minorías sexuales, de la Comisión Etica Contra La Tortura (Cect), y de la memoria, entre otros, las columnas eran mayoritariamente del partido comunista y juventudes comunistas, y no hubo una presencia estudiantil/social importante, con la excepción de estudiantes y apoderados del Liceo de Aplicación, cuya presencia le dio otro ritmo a ese sector de la marcha.
El lienzo del Colectivo 119 que recuerda a los compañeros desaparecidos en el montaje mediático armado por la DINA en los años 74/75 y los clásicos letreros con el nombre de los y las compañeros ejecutados nos remitían a la justicia pendiente, a la verdad escamoteada, al rol de los medios de comunicación en el ocultamiento de los crímenes de la dictadura. Imposible no contrastar el silencio habitual de los medios sobre nuestros desaparecidos y ejecutados, respecto a estas pérdidas que permanecen grabadas en el inconsciente colectivo, con la operación salvataje de su prestigio desarrollada en estos días por Televisión Nacional instrumentando en su favor el legítimo dolor de muchos chilenos y chilenas por la tragedia de Juan Fernández. TVN prolonga el duelo porque ello le ayuda a subir su rating pero ese juego “en vivo y directo” resulta más impúdico en un día como hoy cuando recordamos a aquellos y aquellas que nunca estuvieron en los titulares de los medios oficiales salvo para llamarlos “terroristas” como hicieron por ejemplo cuando Augusto Carmona, destacado periodista de tv y dirigente del MIR fue asesinado por la espalda al entrar a su casa, en diciembre de 1977.
La convocatoria a esta marcha no tuvo resonancia en el movimiento estudiantil y social más amplio. Entre las excepciones estaba una joven mamá que llevaba a su niño en la mochila con un cartel en la espalda: “por mi futuro, educación de calidad”. Unos pocos lienzos conectaban la manifestación con el clima de lucha que ha abierto en días previos las grandes alamedas, y en esas otras marchas un festivo Allende era representado por un humorista en medio del derroche de creatividad y valentía juvenil. Este divorcio aparente entre una vertiente política tradicional y la lucha social no es nuevo, sin embargo constituye un llamado a la reflexión sobre la impronta de las movilizaciones y el nuevo carácter del movimiento social estudiantil, más allá del liderazgo de algunos de sus destacados dirigentes.
EL ESTUDIANTE DEL BUS 506
Pero al regreso, el discurso de un estudiante que subió al bus 506 (Peñalolén) me permitió completar el círculo Memoria/Lucha Social. De alrededor de 16 años, flaco y solo, con un mechón rebelde en la frente, se paró apoyando su mochila en una parte del bus y comenzó a leernos con voz fuerte y clara un texto llamado “Acepto”, de unas tres páginas. Al principio pensé que iba a pedir cooperación para una toma. El texto era una cruda descripción de la realidad que vivimos hoy en Chile y el mundo: Acepto endeudarme hasta que muera para sacar un título y algún día comprarme un auto, acepto tener un gobierno que tome decisiones por mí para que yo no tenga que pensar, acepto que lleguen a mi país los que se roban nuestras semillas para llenarnos de transgénicos, acepto que haya partidos de derecha e izquierda que peleen entre sí para hacernos creer que pueden cambiar las cosas, acepto que las grandes potencias armen guerras para darle una salida a la industria de armamentos
La gente lo miraba asombrada, y yo, sonriente y emocionada, pensando en todos los años de silencio y pasividad que marcaron a generaciones de chilenos después del golpe militar, y recordando lo que los más jóvenes han hecho en los últimos meses. Concluyó mirándonos desde sus ojos claros, diciendo que le hacía sentido ese escrito y por eso lo leía, porque ya estaba bueno de aceptar todo aquello y era hora de empezar a cambiarlo todo, y que si alguien quería decir algo, por favor lo hiciera. Lo felicité y le agradecí por lo que los jóvenes están haciendo por Chile.
Y regresé contenta de no haberme quedado en casa este 11 de septiembre.
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